Antes de lanzarte a solucionar un problema, pregúntate: ¿Es realmente el problema que debo resolver? Dedicar toda tu energía y creatividad al problema equivocado no solo te desgasta, también te hace perder tiempo valioso. Decidir qué problema atacar es tan importante como la solución misma.
Paso 1: ¿Es un problema o simplemente la realidad?
Aunque parezca obvio, es fundamental diferenciar entre lo que es un problema y lo que es una situación, un hecho o la misma realidad. Recuerda: cada vez que luchas con la realidad, la realidad siempre gana. No puedes cambiar lo que simplemente es. Si algo no está en tu control o no puedes modificarlo, entonces no es un problema; y si insistes en verlo como tal, te quedarás atrapado.
En su libro Designing Your Life, Bill Burnett llama a estos casos "gravity problems": problemas imposibles de resolver, como la gravedad misma. La única respuesta ante ellos es aceptarlos. Pero cuidado: no confundas un problema irresoluble con uno realmente complejo que, aunque desafiante, vale la pena intentar solucionar. Esto requiere discernimiento.
Paso 2: Aceptación como base para la acción
Nuestros problemas y la forma en que los enfrentamos son parte de nuestra historia. Sin embargo, muchas veces nos quedamos atrapados en nuestros juicios y emociones hacia ellos. Reconocer y aceptar aquello que no puedes cambiar—como decisiones pasadas, circunstancias actuales o limitaciones externas—es crucial.
¿Por qué? Porque la carga emocional suele nublar nuestra objetividad y nos impide ver con claridad. La aceptación no significa resignación, sino un acto de inteligencia: despejar el camino para enfocarte en lo que sí puedes cambiar.
Paso 3: Divide y vencerás
Una vez que aceptas la realidad, puedes abordar problemas complejos desde una nueva perspectiva. En lugar de enfrentarte al problema como un todo abrumador, divídelo en partes más pequeñas, manejables y solucionables. Este enfoque te permite avanzar con mayor claridad y efectividad.
Reflexión final: La próxima vez que enfrentes un desafío, detente y pregúntate:
¿Es realmente un problema o es la realidad?
¿Qué aspectos están bajo mi control y cuáles no?
¿Puedo dividirlo en pasos más pequeños?
La aceptación de lo que no puedes cambiar es el primer paso para resolver lo que sí puedes. Al hacerlo, verás que el tiempo y la energía que inviertes tendrán un impacto real y positivo.
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